A veces, cuando estoy tendido en mi cama, boca arriba, en
entradas horas de la noche y escucho la campana de la ermita dar la hora, me
pongo a pensar. Pienso sobre la vida, sobre mi vida. Pienso en el pasado, en
momentos ya sucedidos, y en qué hubiera ocurrido si hubiera hecho o dicho algo
diferente o distinto. ¿Y si…? ¿Y si no…? Llego al presente. El tiempo que antes
me parecía eterno, ahora me parece un suspiro. Tan efímero. El futuro está por
escribir pero ¿Qué me depara? ¿Cómo seré dentro de algunos años? ¿Qué ocurrirá?
¿Llegaré a ser lo que yo quiero ser o por lo que he luchado tanto? Miedo e
incertidumbre no son buenos pensamientos.
A veces, cuando estoy tendido en mi cama a entradas horas de
la noche, me imagino que haría si pudiera volver atrás en el tiempo. Sería más
atrevido y cambiaría el guión pero no acabaría siendo la misma historia; habría
cambiado. No sería yo. No tendría miedo de hacer cosas porque sabría que una
negativa no es el fin del mundo. Arriesgaría y me atrevería. Pero no sería yo.
A veces, cuando a entradas horas de la noche me encuentro tendido
en la cama, me imagino qué haría si tuviera una máquina del tiempo. Viajaría atrás
en el tiempo para ver si Jesucristo existió, para conocer las antiguas
culturas, para pasear por la Atlántida, para vivir la leyenda de The Beatles,
para desenmascarar la llegada a la luna, para… pero sobre todo, para verme como
era de pequeño, para guiarme a mí mismo y darme ayuda. También viajaría al
futuro para saber cómo seré. Pero sabiendo las cosas que haría en el futuro, al
volver al pasado podría cambiarlas a mi gusto y ya no sería yo.
A veces, cuando tañe la campana de la ermita a ya entradas
horas de la noche y me encuentro tendido sobre mi cama, me duermo. Y mientras
duermo me doy cuenta de que te he visto muchas veces pero nunca he llegado a
conocerte.