jueves, 16 de febrero de 2012

LA FELICIDAD ES UN ARMA CALIENTE.


Era una tranquila, fría y silenciosa noche de invierno. Las horas ya estaban avanzadas, de ahí que no hubiera ruido alguno. De pronto, un grito encolerizado rompe ese silencio.
- Dime, venga, dime. ¡Dímelo! Necesito una dosis porque voy de bajada. ¡Vamos! Estoy hecho polvo desde que caí de ahí arriba. ¡Necesito una dosis porque estoy de bajón! – gritaba mirando al vacio e iracundo.
Él, agarrando una silla, la parte contra una de las paredes de su casa, coge un vaso y cuando acaba de beber, lo tira contra el suelo. Al recoger los cristales se hiere y decide descargar su ira contra la mesa.
Su casa no era la misma desde hace ya muchos meses. Además de su casa, algo más había cambiado. Él. Él había cambiado. Al principio decoró con recuerdos toda la estancia, pero esos recuerdos se convirtieron en tormento. Recuerdos tormentosos que llegaron a invadir sus sueños, transformándolos en pesadillas e insomnio. Sobre todo, horas y horas de insomnio, preguntándose el por qué de las cosas.
Como dormía pocas horas, y cada día menos, su humor y su actitud fueron cambiando, al igual que su casa. La rabia de no poder dormir tranquilamente se plasmaba en muebles rotos, fotos arrancadas y mucha destrucción.
- ¿Dónde han quedado aquellos días gloriosos? – Se preguntaba cada mañana al despertarse – Necesito despertar. Necesito despertar y descansar mi mente. ¡Necesito despertar! ¿Dónde están los días gloriosos? – comenzaba a sollozar y a llorar, porque no encontraba respuesta, porque un fuego lo corrompía por dentro. Fuego de ira y de odio.
Agrupó los trozos de la silla y de la mesa, y de algún mueble más, y se dirigió a la “habitación del fuego”. Para no tener que limpiar sus múltiples destrozos, decidió quemarlos. “Limpio” una habitación y la renombro como: “El servicio de limpieza”. También había hecho agujeros en las paredes para ventilar y no intoxicarse ni ahogarse con el humo.
Durante largo rato se quedo mirando el fuego. Eran como las llamas que ardían en su interior, esas llamas oscuras y negras que lo quemaban por dentro. Odio.
Cogió un álbum de fotos, paso paginas mirando algunas y eligió la de una chica.
- Ella es una de esas chicas que no se pierde nada. Dime, dime ¿Cuál es la respuesta? Serás muy buena amante, pero no sabes amar. No tienes ni idea. No vales nada como puta. Mientes con los ojos mientras tus manos están ocupadas haciendo horas extra. – y así, arrojo la foto al fuego.
Empezó a caminar por la casa, llegó a su habitación y de espaldas a su colchón empezó a farfullar, como si invocara a alguien.
- Madre superiora, desenfunda el arma. Madre superiora, desenfunda el arma. ¡Madre superiora, desenfunda el arma! – y como si le disparasen, salió despedido hacia atrás y cayó sobre el colchón. No sabía si era realidad o se encontraba en un sueño.

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