Todo empezó en la oscuridad. Una oscuridad que llegó de
repente, sin avisar y se cernió sobre mí. Dentro de esa oscuridad hubo
destellos de luz y felicidad tan efímeros que, duraban lo mismo que una exhalación
de aire o una estrella fugaz cruzando el cielo. Aunque hubo una minúscula luz
que permaneció en medio de aquella oscuridad y un día, si esperarlo, me llamó
para que acudiera a ella. Así que comencé el viaje.
Acabo de llegar de Astorga. He decidido no quedarme allí porque
mañana me espera un largo viaje y dos duras semanas. Voy a acostarme y
descansar; mañana toca madrugar para hacer la maleta. Me cuesta mucho dormir.
¡Bum! Me despierto cuando el autobús atraviesa un bache. Estoy camino de Soria,
escuchando The House of Risisng Sun. Creo haber soñado que ya estaba allí pero
solo han debido ser recuerdos de los dos años anteriores. Miro el reloj. Todavía
queda mucho viaje. Durmamos.
Los rayos del sol que entran por la ventana me despiertan y
lentamente me voy dando cuenta de donde estoy. Imagínate un lugar, donde el
tiempo pudiera pararse, un lugar rodeado de naturaleza. Imagínate un lugar,
donde la cobertura no existiera y estuvieras aislado del mundano mundo. Imagínate
un lugar, en el que la única contaminación acústica es el golpeteo de la lluvia
sobre el tejado, los árboles y el suelo; el agua cayendo de una pequeña cascada;
el viento soplando y pasando entre la arboleda y las risas de los niños divirtiéndose.
Yo he estado en ese lugar. Estuve en ese lugar. Parece ser que la luz me devolvió
al lugar donde año tras año, recupero la paz.
Ha sido un primer día duro. La llegada de los niños. Les ayudamos
con las maletas. Alguna pesa demasiado. Les enseñamos las instalaciones. Comemos.
Tiempo libre. Juegos de presentación. “Hola. Me llamo Adrián.” “¿Cuántos años
tienes? ¿45?” Merienda. Juegos. Tiempo libre. Juego de la noche. Agua, pis y
cama. Insomnio. No se duermen. “Tú, tú y tú, a correr.” Silencio. Pero esto continúa…
Levantarse. Desayunar. Juegos. Descanso. Talleres. Comida. Tiempo libre. Chorrón.
Duchas. Cena. Tiempo libre. Gymkana nocturna. Cama. Insomnio. “A dormir.” Silencio.
” ¡Noelia!” Marcha. “Andrei, deja el palo y las piedras.” Lagartijas. Voces en
la oscuridad. Gritos. Ermita. “No tengo vaso.” Risas. Canciones. “Monitora,
monitora.” Magia. Agua. “Ñuma, castigada.” Dormir. Pegamento. “¡Darío!” Laguna
negra. “Nos hemos comido a tu primo el pollo.” Ronquidos. “¡Miriam!” Grupo 5,
el mejor grupo de todos. Tijeras. “¡Adri!”
Nocilla. Agua. Risas. “¡Sara!” Piscina. Picotazos. “¡Alba!” Agua. Heridas. Sangre.
“¡Laura!” Perro. Cine. Lluvia. “¡Rodrigo!” Luz. Agua. “¡Dejad al perro en paz!”
Música. Agua. Risas. Risas. Risas. Noto como la luz que me ha llevado hasta allí,
se hace más grande y explota dentro de mí. Como una supernova. Felicidad.
El ladrido de un perro me despierta. Estoy tumbado en un colchón,
dentro de mi saco y con el cuerpo dolorido y sin descansar lo suficiente. Abro los
ojos esperando ver el techo y la ventana del aula. Ya estoy en Soria ciudad. En
la habitación. Que rápido ha pasado todo.
El agua caliente de la ducha golpea mi cuerpo y hace escocer
mis numerosas heridas. El cansancio físico y mental de varios días y las pocas
horas de descanso nocturno habían hecho meya en mí, pero algo había cambiado. Mi
sonrisa es más amplia y radiante. Felicidad.
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